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Quienes deciden dedicarse a esta profesión lo hacen con respeto y sin miedo. Albert Marano y Guillermo Aldeano son dos tanatopractores en Panamá que optaron por esta siempre impresionante ocupación.
- Ana Quinchoa
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Es más que maquillar a un difunto. Es, además, limpiar, desinfectar y vestir...Para esta profesión, se necesita, entre otras características, ser respetuoso y sobre todo tener valor. Quienes se dedican a la tanatopraxia, la técnica de conservación temporal de los cadáveres, buscan darle un mejor aspecto a los difuntos, para que familiares y amigos les recuerden de una manera agradable.
En Panamá no existe una carrera universitaria, ni cursos de tanatopraxia donde las personas se puedan preparar para el oficio, por ello, la búsqueda de información, investigación sobre el tema, conversaciones con quienes ya realizan la actividad, y principalmente la práctica, funcionan como el método de preparación para desempeñarse como tanatopractor.
Siempre hay alguien interesado en la profesión, que en nuestro país paga unos 700 dólares.
Hasta el momento, España es el país más distinguido para formarse como profesional en tanatopraxia. No está reconocida como profesión, pero los centros funerarios acreditados por el Servicio Público de Empleo Estatal (Sepe) son los encargados de otorgar un certificado de profesionalidad.
Hace al menos tres años, y de manera espontánea, Albert Marano se relacionó con esta labor en Panamá. Inició como ayudante de ventas de servicios funerarios en la Funeraria Divina Misericordia, pero un día su compañero y encargado del área de tanatopraxia faltó al trabajo, y como se requería de alguien que lo reemplazara, Marano fue el indicado para la actividad.
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Tanto fue el interés por el oficio, que Marano, desde aquel día, decidió dedicarse por completo como tanatopractor. Empezó a documentarse sobre el tema y comenzó a entablar conversaciones con otras personas que practicaban la tanatopraxia para aprender lo necesario y ser uno de los mejores tanatopractores de Panamá.
Marano, de tan solo 23 años, se puede decir que ya es un experto en el tema. Es dedicado a lo que hace y considera a la tanatopraxia como ‘un arte que no es para todo el mundo’, porque quien se dedica al oficio no debe tener miedo a los muertos.
De hecho, asegura que no hay de que temer: ‘un cuerpo sin vida no te va a hacer daño, más daño te hace una persona viva’, menciona.
Guillermo Aldeano, es otro tanatopractor. Labora en la Funeraria de Shalom y Funeraria Resurrección Divina. En Aldeano sí hubo miedo al principio, admite, pero con el paso de los años, el miedo fue desapareciendo y empezó a tomarle cariño a su labor. Todo lo que sabe hoy lo aprendió de su suegro desde hace al menos siete años.
¿Cómo lo hacen?
Antes de comenzar, los profesionales se preparan con todas las medidas de bioseguridad que necesitan: guantes, bata, mascarilla, alcohol y cloro, ya que trabajan con cadáveres. ‘Un cuerpo sin vida se convierte en un canal de bacterias y uno se tiene que cuidar de eso’, dice Marano.
Actualmente, por la pandemia, tanto Marano como Aldeano han reforzado sus medidas de bioseguridad. El uso de caretas, guantes de nitrilo y la utilización de más alcohol, han sido parte del nuevo cambio.
El protocolo de trabajo que realiza un tanatopractor es casi parecido a la rutina diaria que hace una persona viva, consideran, pues va desde la limpieza del cuerpo hasta la estética.
El primer paso es la limpieza y desinfección, explica Marano. Lo que a él le gusta llamar ‘el proceso del lienzo’, donde limpia cada área del cuerpo sin vida con un algodón mojado con alcohol o cloro, según el estado de descomposición en que se encuentre el cadáver.
Si el estado de descomposición no es avanzado, se procede con la aplicación de artículos de higiene personal: desodorante y crema de piel. Seguidamente se le coloca las prendas de vestir y los accesorios (todo lo que el familiar lleve). Por último, se perfuma al difunto y se inicia con la parte estética: el maquillaje.
Polvo compacto, base, lápiz labial y rímel, son solo algunos de los productos que utiliza al maquillar, pero indicó que no siempre es necesario, pues todo depende de cómo se encuentre el difunto y cuál haya sido la causa de su muerte: natural, accidente de tránsito o producto de un homicidio.
El mismo proceso realiza Aldeano cuando trabaja. Regularmente a él le toma al menos, entre 20 a 30 minutos vestir y maquillar a un difunto. La labor depende de la cantidad de sepelios que se coordinen en la funeraria.
En caso de que la persona tenga algún golpe o herida, los tanatopractores se encargan de limpiar el área y disimularlo con maquillaje. El resultado es evaluado por el familiar antes de ser presentado en el féretro.
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Un tanatopractor también hace blower, plancha el cabello, e incluso realiza en ocasiones un retoque de tinte. Todo lo que solicite el familiar.
Marano lo ha hecho, pues explicó que hay veces en que los familiares solicitan que se le pinte el cabello al difunto, en muchos casos a mujeres, porque mencionan que a la persona fallecida no le gustaba que se le vieran las canas; entonces se tiñe el cabello con un spray.
Los tanatopractores pasan por situaciones complicadas. Para Marano es cuando tiene que trabajar con personas pasadas de peso, porque requiere de más esfuerzo físico a la hora de mover y vestir el cuerpo. En estos casos, a veces, recibe apoyo de un ayudante.
Mientras que para Aldeano, solo resultó un momento difícil que siempre recuerda: ser asistente de autopsia, una actividad donde estudian y examinan los órganos, tejidos y huesos de un cadáver para averiguar la causa de la muerte de la persona.
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