De ser novia a convertirte en esposa

Mar, 05/03/2016 - 18:30
Ese gran sí trae consigo cambios que quizás no hayas tomado en consideración. Te decimos qué te espera, ¡toma nota!
Foto: aisleperfect.com

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Seguramente no lo has pensado todavía, pero esa ayuda que tenías en casa con la ropa y las cenas siempre listas —de parte de tu mamá o de una consentidora abuelita— pasarán a un plano desconocido. Y es que dar ese paso implica que abandones esa cómoda soltería llena de placeres, en tiempo y espacio, para compartir todo con tu pareja. El amor es un sentimiento hermoso y las relaciones matrimoniales son de dos, por eso siempre es bueno que ambas partes pongan toda su voluntad para lograr así vencer los obstáculos que debilitan ese empeño. Te adelantamos que el matrimonio te traerá muchas alegrías, pero a la vez vendrán consigo responsabilidades adicionales a tu vida, pero que no deben dejar de ser agradables y divertidas para ambos. Deberás dejar a un lado la emoción que conlleva la luna de miel y establecer una rutina saludable para ambos. Sigue leyendo y descubre cómo disfrutar del amor que brinda el vivir en pareja.

Me casé ¿y ahora qué?

Ahora vives con alguien a quien amas y por quien das la vida, pero ese ‘dar’ tiene un trasfondo más profundo del que pensamos. No estás acostumbrada a compartir tu espacio con otra persona y aunque de novios no querían separarse ni un solo segundo, la vida cotidiana no la compartían y es allí donde se generan las diferencias, pero no debes preocuparte, al final todo se reduce a implementar rutinas y lograr respetarlas. Te vas a convertir en la guía de la casa y la organizadora de todo lo que ocurre en ella. Ahora eres dueña de construir un hogar, por lo que dependerá de ti como se desenvolverán sus miembros dentro de ella. Cualquier inicio de algo es complicado, así como para un niño es difícil empezar el colegio o aprender a montar bicicleta, para una mujer no es fácil iniciar una vida matrimonial.

Errores que debes evitar

Hay una serie de amenazas que tomar en consideración para salir adelante en la convivencia matrimonial. Aprende a reconocerlas y a trabajar en ellas.

  • No trates de cambiar a tu pareja. Suena muy simple, pero siempre se tiende a caer en ello, una y otra vez. Los cambios personales siempre deben ser voluntarios en la medida de lo posible, porque es la única manera de crecer espiritualmente y como individuo. Todos tenemos conductas que podemos mejorar, pero nunca deben de imponerse por la pareja. Una forma amable de pedir las cosas es la clave del éxito. Si tu esposo insiste en dejar la toalla mojada sobre la cama o la pasta de dientes por todo el lavamanos, recuérdale cada vez que lo haga que es necesario hacer un esfuerzo para mantener el orden en el espacio que comparten y que, cuanto menos desordenen, menos tocará limpiar. Recuerda que tú también puedes tener costumbres que a él le puedan molestar, como esas salidas de compras con tu hermana o tu mejor amiga, cosa que debes moderar porque ahora las finanzas se comparten y los temas con dinero siempre traen conflictos innecesarios.
  • Establece un límite con las visitas. Y es que esas continuas interrupciones molestan a cualquiera que desee estar en casa relajado, viendo televisión en ropa interior, por ejemplo. Es muy importante establecer reglas de cómo serán las visitas en casa y eso incluye suegros, hermanos, cuñados y amigos. Una buena forma de hacerlo es recordarles a los seres queridos que todos son bienvenidos, pero que deben avisar sus deseos de visitar antes de llegar por sorpresa. No es necesario establecer un horario fijo, solo se trata de respetar la privacidad de la pareja en su hogar.
  • Respeta la individualidad. El amor nos hace sentirnos uno solo y aunque es muy bonito tener esa conexión con tu pareja, de igual forma somos personas independientes. Ambos deben tener espacios para poder relajarse y pasar tiempo consigo mismos. Si a ti te gusta ir al salón de belleza, a él también seguramente le gusta practicar algún deporte o pasar un tiempo con sus amigos.
  • Respeten el tiempo que tienen para estar solos, eso sí, mucho cuidado con invertirlo en algo indebido porque se quebrará inmediatamente la confianza.

‘Hasta que la muerte nos separe’

Y es que no hay duda de que esa frase tiene mucho poder y significado en ella. Cuando dos personas se enamoran, encuentran en la otra una forma de satisfacer sus necesidades emocionales. La plenitud en la pareja es la clave para obtener el éxito en los demás aspectos de la vida. Asumir que la vida cotidiana continua igual es un grave error. Ahora tienes al lado a una persona que también tiene deseos y necesidades y muy posiblemente se apoyará en ti para satisfacerlos todos, o al menos gran parte de ellos. Es de suma importancia lograr entender que el matrimonio no es una carrera para llegar a la meta, es más bien un camino para recorrerlo juntos y disfrutarlo en el proceso. Y es que es maravilloso cuando en la pareja ambos sienten que caminan juntos. Cooperan entre sí, son compañeros, socios, hermanos, amantes y, sobre todo, mejores amigos. Deberán pensar siempre como equipo. En la actualidad, los matrimonios se comparten las tareas y las responsabilidades, y eso ayuda a que ninguno de los dos se sienta saturado. Solo así tendrán siempre en consideración al otro y ayudarlo cuando lo requiera. La pareja es un campo de crecimiento en el que se van limando las asperezas del ego gracias a que el amor compartido es capaz de soportarlo todo. Hay que hacer todo lo posible para consentir y hacer sentir especial a nuestra pareja, velar por sus necesidades, brindarle apoyo en momentos difíciles e interesarnos por sus gustos, porque así nos sentiremos amados y queridos siempre.

MATRIMONIO VS. UNIÓN LIBRE

En un estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en España, se comprobó que el matrimonio ofrece una mayor estabilidad de pareja que la unión libre entre dos personas. Se estima que más del 50% de los matrimonios alcanzan los 11 años y cuatro meses de convivencia exitosa y feliz, mientras que las parejas que no están casadas finalizan su relación, en promedio, a los nueve años como mucho; en la mayoría de los casos, por la falta de sentimiento de compromiso, incluso teniendo hijos juntos.

 

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